18 noviembre 2013

El "Feisbu"

El "caralibro" como es conocido por mucha gente es un batiburrillo de cosas perdidas.
Me explico:
Igual te encuentras fotos del año de Maricastaña circulando por ahí. (Sobretodo aquellas que son más bochornosas como las de borracheras o disfraces y, por supuesto, en las que sales con cara de empanamiento supino)
Me disponía hace un rato a hacer limpieza entre tanta cosa y he descubierto páginas que "me gustan" a las que no recuerdo haber aceptado, algunas han cambiado de nombre, otras han cerrado y otras siguen ahí, aunque cuando veo sus notificaciones mi cerebro decide ignorarlas...
Manos a la obra entonces... pero... ¿No hay una opción de eliminar varias de golpe? nooo, claro. Hay que ir de una en una abriendo la pestañita de "ya no me gusta"; eso y tragarse las sugerencias que, no sé a vosotros, pero a mí me parece que no dan una (me han recomendado grupos de fans de David Bisbal, por Dios.)
Vamos, Pilar, que tú puedes... un poco más y... andá, un concurso en la página de la editorial "ponga aquí un nombre" o, caray, la página oficial de tal escritor...
Y al final termino con más páginas de las que tenía al empezar porque he limpiado pocas y añadido muchas...
En fin, igual mañana... (#PostureoProcrastinación)


04 noviembre 2013

Relato: Festín

Esto avanza, noto cómo fluyen las ideas para relatos, pidiendo ser escritas.
Este relato va dedicado a Kradven y es fruto de una tontería, tras dos invitaciones de boda se me ocurrió, pero quiero dejar claro que las dos bodas fueron maravillosas y no me sentí como el protagonista en ningún momento.
Dicho esto, espero que os guste:


FESTÍN:

Recibí una invitación a una boda y desde ese día mi vida cambió para siempre.

Recuerdo que mi abuelo me contaba los suculentos festines que acompañaban siempre tan fastuosos eventos, cómo incluso las familias más humildes gastaban hasta la última moneda de sus ahorros en pagar dicho convite.

Con esta idea en la cabeza me dispuse a asistir por primera vez a una, lleno de ilusión e intriga ya que, como todo el mundo sabe, esta tradición ancestral ya apenas se realiza.

Cual arqueólogo en busca de reliquias del pasado, me engalané lo mejor que pude y decidí no desayunar para poder disfrutar como se merecía del banquete.

La ceremonia fue todo un alarde de clichés sacados de los libros de historia, hubo niña vestida de princesa lanzando pétalos de rosa, otra que llevaba las arras, los anillos los traía el pequeño terrier de la pareja en un cojín atado en su lomo. Vestido blanco, votos cursis y arroz del que se te mete entre los pliegues de la ropa y te molestan durante horas. Por supuesto no faltó la interminable sesión  de felicitaciones y fotos con la pareja, que pareció no terminar nunca.

Mis tripas rugían frenéticas, sentía que estaba a punto de desmayarme y empecé a tener alucinaciones plagadas de gambas bailando y solomillos nadando en salsa. Debieron notar algo porque la gente empezó a apartarse sutilmente de mi lado, supongo que temerosos de morir ahogados entre mis babas.

Por fin atisbé un camarero y, vergüenza me da confesarlo, le asalté sin compasión, mas, triste engaño el perpetrado por ese pérfido salón de bodas pues la comanda que con tanto énfasis me empeñaba en atrapar no era más que un par de copas de cava para que los novios hiciesen un pomposo brindis.

Pasado el momento de azoramiento y tras disimular fingiendo que estaba gastando una broma a los presentes, decidí terminar mi “actuación” haciendo una exagerada reverencia, lo que provocó menos risas de las que esperaba y más cuchicheos y malas caras de las deseadas.

Me ofusqué en un rincón rogando a los cielos que todo terminase pronto para volver a casa, por lo visto algo malo debí hacer en otra vida porque no contentos con matarnos de hambre, los novios nos tenían preparada una sesión de tortura disfrazada de juego grupal. La cosa consistía en buscar tu nombre en una pieza gigante de puzle y luego tratar de encajarla con la de los otros comensales hasta formar el nombre de la mesa en la que tenías el sitio reservado.

Tras veinte minutos con la tontería, logré adivinar mi destino y me dirigía a él cuando una joven de aspecto muy agradable me cortó el paso. Como soy de natural poco modesto, pensé que había sucumbido a mis encantos y deseaba conocerme mejor, así que no me pareció raro cuando me extendió un papel mostrándome una gran sonrisa. Volví a equivocarme en mis conclusiones, porque no me estaba dando su número de contacto sino una hoja perfumada con forma de corazón en la que, según la muchacha, debía escribir un mensaje para los novios.

Viendo que si no escribía algo no me iba a dejar pasar, garabateé un “que seáis muy felices” y le devolví la nota. Aparentemente había cumplido el requisito para desbloquear el acceso a la zona de las mesas así que me acomodé y, nervioso, dirigí mi mirada hacia la salida de camareros.

Esperé, esperé y esperé, pero de esas malditas puertas no salía nadie.

Los novios entraron en la sala cogidos del brazo, recibidos por aplausos y pétalos de rosa, se besaron y comenzó a sonar un vals lo que propició que se pusieran a bailarlo mientras la gente sonreía con los ojos llenos de lágrimas. El baile les fue acercando cada vez más a su mesa y, mientras el ritmo decaía, en un gesto claramente ensayado, se sentaron en el preciso instante en el que paraba la música.

Por fin iba a comenzar el desfile de comida, eso que llevaba deseando todo el día. Las puertas se abrieron y casi lloré de emoción pues los camareros portaban bandejas con las viandas. Me llamó la atención que los platos estuviesen tapados con lo que parecían pequeñas bóvedas de metal, pero a esas alturas ya nada me importaba. Descubrí mi plato y entonces sí que lloré, y pataleé de tal manera que tuvieron que llamar a la policía para sacarme de allí.

Ahora estoy en el hospital, recuperándome del ataque de nervios, pronto me darán el alta, pero mi vida social murió en el mismo instante en el que decidí ir a la boda.

Maldita sea esa nueva moda alimentaria, malditos vitaministas y su manía de ingerir todos los nutrientes a través de pastillas.