12 agosto 2015

Relato de Ciencia Ficción: "El artista"

No sé si ha sido el calorcito, el que hoy me voy de vacaciones, el que últimamente ando contenta o si es que acaso me ha picado algo, pero la sequía literaria parece que remite así que aprovechemos mientras dure.

¡Espero que os guste!

EL ARTISTA:
 
Nunca había destacado por su inteligencia, más bien al contrario. En el colegio era el único que no aprendió a leer en voz alta con fluidez  y su pelea con las matemáticas había sido un caso perdido por lo que sus profesores se limitaban a dejar que pasase el tiempo en clase haciendo lo que buenamente podía, sabedores de que no iba a llegar muy lejos.
Las subvenciones que le otorgaron de adulto declarando que era incapaz de ejercer profesión alguna le resultaban suficientes para vivir holgadamente y él era feliz así,  aunque en el fondo pensaba que la gente exageraba y que, si le dejasen, demostraría su valía.
Casi todo su tiempo lo pasaba en aquel museo, se había hecho socio y eso significaba que el dinero que donaba todos los meses servía tanto para traer exposiciones nuevas y mantener las viejas, así como para proporcionarle un pase permanente.
Los trabajadores del centro ya le conocían, era como de la familia y le dejaban acceder incluso a zonas que normalmente estaban vedadas a los visitantes. Eso le hacía inmensamente feliz, pero sólo él sabía la razón de tanta dicha.
Se había aprendido de memoria la vida y obra de todos aquellos sabios famosos, sus inventos, sus partituras, su arte… Vivía obsesionado con ellos, con lograr ser tan inteligente y con llegar a ser así de venerado tras su muerte.
Todas las noches al llegar a casa, con la cabeza llena de datos, se encerraba en el sótano y perfeccionaba su invento. Llevaba con esta rutina ya veinte años y por fin parecía que iba a conseguir que funcionara.
Se puso el rudimentario casco de bici que había modificado añadiendo placas, cables y hasta una antena de radio, conectó la corriente, cerró los ojos y empezó la magia.
Entre las más de doscientas opciones que había programado eligió a Van Gogh  porque su arte siempre le inspiraba. Cuando la máquina se puso en marcha supo que había conseguido su objetivo, no sólo era capaz de pensar en la profundidad del color, o en dónde y cómo dar las pinceladas para conseguir una obra de arte sino que cogió un pincel y pintura y comenzó a crear. Poco a poco, el blanco lienzo empezó a mostrar la silueta de aquellos famosos girasoles. Pero no era suficiente, necesitaba hacer más cosas, no podía estarse quieto y una enorme sed de absenta se apoderaba de él. Frenético salió a trompicones de la casa, entró en una licorería y compró una botella de aquél  líquido verde, bebiéndosela en cuestión de minutos directamente de la botella, sin diluir. Volvió a casa tambaleándose y la tristeza se apoderó de él. Sintió la necesidad de demostrarle a aquella bonita chica de la tienda de regalos cuánto le importaba, por lo que no tuvo más remedio que regalarle algo muy preciado por él. ¿Qué podía ser? Por supuesto, estaba claro, por lo que, con un cuchillo de cocina afilado, se cercenó el lóbulo de la oreja  y, haciendo caso omiso al dolor y la sangre, lo envolvió amorosamente y lo metió en un buzón.
Nunca llegó a ser consciente de lo bien que funcionaba su máquina, de cómo te hacía no sólo sentir en tu mente los conocimientos de los grandes artistas sino también todos sus sentimientos, paranoias y manías. Había sido tan concienzudo en su trabajo que murió desangrado en plena calle, convencido de ser aquél a quien admiraba como si en vez de una simulación, su máquina hubiese conseguido hacer un trasplante de cerebro.
Nadie lo supo nunca, pero aquella noche no había muerto un hombre corriente ni siquiera, como muchos pensaban que era, un tonto, sino el que, con toda seguridad, había sido el mejor inventor de toda la historia.